Por Luis Roy Sinusía, profesor de Dibujo.
Haciendo
honor a la oportuna gala navideña, dedicada a Dickens, y a la exposición de
libros del escritor británico en la Biblioteca , hemos incorporado a esta muestra la Canción de Navidad, ilustrada por Roberto
Innocenti.
No
se trata de hacer más atractiva su lectura, valiosa por sí misma, sino de poner
en manos de nuestros jóvenes lectores una obra maestra de la ilustración.
La
primera de las imágenes revela ya todo el talento narrativo y artístico de su
autor y compone una estampa social en la que el viejo Scrooge ocupa el mismo lugar que truhanes y menesterosos. Así, con sentido
minucioso, Innocenti describe una calle estrecha y sombría, cubierta por la nieve
hollada. A un lado y en primer término, vemos al protagonista con aspecto
taciturno. Más retirados y en el lado opuesto, personajes marginales, como el
hombre que sostiene una botella o la vendedora de velas, con su hijo dormido en
el regazo, mirando implorante al lector e involucrándolo en la escena. Frente
al sórdido ambiente callejero, en un ángulo casi inapreciable, un mirador iluminado
y festoneado anuncia la
Navidad.
Otras
imágenes recrean la vida cotidiana de la ciudad, en plena revolución
industrial, así como todo el alborozo de los preparativos navideños. Podemos observar
las vistas diurnas y nocturnas de la gran urbe, que inevitablemente recuerdan
la pintura flamenca, la población natal de Scrooge, que nos presenta el fantasma de las navidades
pasadas, y una simple barriada, a orillas del mar, donde los muros de piedra
tosca sustituyen al ladrillo y alojan a familias humildes que se reúnen para
compartir la mesa.
En la siguiente lámina, en la que se representa el paisaje mediante un profundo picado (un
recurso frecuente en la obra de Innocenti), su mirada se torna más tierna y concede,
como en ninguna otra, protagonismo a la naturaleza, al representar de modo
veraz la caída de la nieve en pequeños copos y el grueso manto, con delicadas
ondulaciones, que forma sobre calles y tejados. Por otra parte, contrasta el
confortable ambiente interior de las viviendas con la crudeza del invierno.
Asimismo
se suceden diversas escenas en interiores; podemos contemplar el mísero y
desvencijado apartamento de Scrooge, la pobre buhardilla en la que vive su
empleado, el opulento salón de su sobrino o la guarida en la que se acumulan mercancías
robadas, espacios poblados por personajes que componen un amplio abanico social.
Un
contrapunto a la algarabía navideña lo constituyen las escenas góticas, como la
del protagonista observando su cuerpo
amortajado, seguido del fantasma de las navidades futuras, que aparece ataviado
con un hábito para subrayar la solemnidad y dramatismo de la situación, a la
que contribuye una gama cromática sobria.
Al
final, cierra el conjunto de imágenes una ventana abierta que da continuidad a
la historia y permite vislumbrar una pradera florida, en la que Scrooge y el
pequeño Tim comparten sus vidas. Delante, sobre el escritorio, el manuscrito de
Dickens, también abierto y con una ramita de acebo entre sus páginas, simboliza
la vigencia de su mensaje.
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